viernes, junio 08, 2007

La frontera que no existe

No es sólo una cuestión de suicidio. Además de exterminarnos entre nosotros, hemos acometido silencioso y sistemático genocidio de otras especies. Por descuido y por indiferencia, una de las maneras más crueles de matar.

Cuando era niño me hablaron de la pirámide del reino animal, con el autoproclamado homo sapiens sentado en su cúspide. Lo vi totalmente natural. Somos los mejores y además tenemos alma. ¡Claro! El resto de animales están ahí para darnos de comer, acompañarnos, traernos el periódico y las zapatillas y ser víctimas de nuestras veleidades. Para eso son animales. Sin embargo, la visión antropocentrista del mundo no se sostuvo cuando empecé a interesarme por la exploración del espacio circundante.


Las evidencias sobre la ausencia real de frontera entre la nuestra y otras especies son cada vez más patentes. Más que un salto discontinuo en la evolución, somos el extremo de un amplio abanico genético. Compartimos con nuestros parientes más cercanos, los gorilas, chimpancés y orangutanes, unos rasgos y pautas de comportamiento que van más allá de la casualidad:
  • Desarrollo de tecnología. Gorilas y chimpancés utilizan frecuentemente instrumentos para garantizarse el sustento. Los chimpancés también emplean armas (palos y lanzas) para atacar a sus congéneres o a otros monos.
  • Comportamiento social. Los grandes grupos de simios siguen un orden social tan complicado como nuestra estructura familiar. Reconocen perfectamente los lazos de parentesco como madre, padre, hijo, hermana, y tienen desarrollado el concepto de individuo. Más allá, algunos chimpancés van a la guerra contra otros grupos por el control del territorio, llegando incluso practicar a el genocidio.
  • Capacidad de razonamiento asociativo. Los gorilas pueden aprender el lenguaje de los simios y dar nombres a animales de otras especies. El caso más curioso que leí fue el de una gorila hembra que adoptó un pequeño gatito peludo. La gorila había aprendido el lenguaje de los signos (para sordomudos) de sus cuidadores y decidió ponerle nombre al gatito: "todo bola". Ilustra bien el caso, ¿no creen?
La lista podría seguir y aplicarse a otros grandes grupos de mamíferos como los paquidermos y los cetáceos. Los elefantes tienen ritos funerarios (profesan gran respeto hacia sus muertos) y poseen un lenguaje evolucionado. Si no lo averiguamos antes, ignorantes sapiens, fue porque la verdadera voz del elefante es subsónica, es decir, está por debajo de nuestro límite auditivo. También está demostrado que delfines, orcas y otras ballenas han desarrollado un complejo lenguaje, cercano a los ultrasonidos, y existen muy fuertes indicios de que utilizan nombres para llamarse entre sí. ¡Nombres propios! ¿No sería eso una prueba de la existencia de la individualidad y un indicio de la existencia de un ser consciente, de una concepción del yo?

Sinceramente, creo que la única barrera real que impide al ser humano poner los pies sobre la tierra del mundo animal es la religión. La concepción judeocristiana del mundo en el que vivimos inmersos establece una jerarquía que no es posible justificar racionalmente: los animales no tienen alma, nosotros sí.

La ordenación también ha sido y es aplicada a las diferentes "razas" humanas (qué poco me gusta el término). Veamos un ejemplo claro. Durante mucho tiempo se consideró al mongolismo como una involución de origen filogenético hacia un estadio evolutivo anterior. Progenitores perfectamente blancos y anglosajones podían dar a luz a un niño de rasgos orientales. La razón: eran portadores de genes menos -los de la raza oriental- y más -la raza blanca- evolucionados y, cuando fallaban los segundos, se manifiestaban los primeros. De ahí surgió el término "mongolismo", hoy llamado síndrome de Down: involución hacia un estado evolutivo anterior, de blanco a oriental.

Entiendo que la pregunta central, el verdadero dilema moral es ¿cómo podemos matar y comernos a un ser con alma? Esta pregunta me afectó durante mucho tiempo, y finalmente la resolví aceptando mi condición de "depredador de almas". Hoy en día asumo la prohibición de matar a otro ser humano como una buena ley de origen antropológico, pero no le asigno carácter divino agluno. De hecho, la mayoría consideramos lícito matar a otro ser humano en circunstancias como la defensa propia.

A cambio la paganización del hombre, he logrado desarrollar una sensibilidad y respeto hacia criaturas vivas ajenas a mi especie, que considero tienen tantos derechos evolutivos como nosotros para habitar el planeta. Su desgracia es fruto exclusivo de la casualidad. Les ha tocado compartir habitat con una temible especie: el homo confector, el hombre consumista y destructor.

Un saludo y buenos días a todos,

el pobrecito hablador

No hay comentarios: