viernes, octubre 17, 2008

Una vez más, los obispos

Me pregunto qué pensará Dios, si es que existe, sobre la mafia episcopal que se hace llamar conferencia. La última sandez de los acólitos de Rouco es la condena de los procesos de selección embrionarios para evitar o curar enfermedades genéticas.

En Sevilla ha nacido un niño para salvar la vida de su hermanito, y los obispos reprueban la práctica porque hubo que "destruir seres humanos" (entendiendo que hablan de embriones) para lograrlo. No alegan a las implicaciones éticas de alterar el orden natural mediante terapias genéticas, eje central del debate. Siguen erre que erre con que un grupúsculo de células es un ser humano.

A lo largo de sus 2000 años de existencia, la Gran Iglesia Católica de Roma ha asesinado, violado, robado, quemado, ejecutado, atacado, invadido, degollado y martirizado a centenas de millares, si no millones, de seres humanos sin decir esta boquita es mía. Ha medrado en connivencia con regímenes nazis, fascistas y totalitarios y llegado a colaborar con ellos. Sin dejar títere con cabeza, se ha crujido uno a uno los mandamientos de su señor Dios.

Y no se engañe, que la cosa sigue. En las últimas décadas, curas y obispos han sodomizado, violado y/o abusado de niños y niñas menores de edad sin condena o reprobación alguna. ¿Será por su fidelidad a la máxima de Cristo "dejad que los niños se acerquen a mí"?

En África, sigue defendiendo ante millones de personas portadoras del virus del SIDA que el condón es pecado. Es mismo condón que los cardenales utilizan con jovencitas eslavas en bien conocidos prostíbulos de la ciudad de Roma.

Coincido con Fernando Vallejo y su "puta de Babilonia" en que la Iglesia es una de las instituciones humanas, que no divinas, más nocivas que han existido en la historia de la civilización humana. Lo que no comprendo es como todavía hoy seguimos haciendo caso de lo que dicen algunos señores de negro, blanco, rojo y púrpura que se hacen llamar padres sin haber tenido hijo alguno.

Ya lo dijo su señor Jesucristo, a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César.

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