Acabo de regresar de viaje y me he encontrado a Madrid cubierta de banderas españolas. Balcones, fachadas, ventanas y alguna que otra asta. Miles de banderas. Si no se tratase de España y sí de algún otro país europeo como Francia, Alemania, Inglaterra, Suiza, Dinamarca, Países Bajos o qué se yo, me parecería normal. Por allá afuera no tienen esos complejos de intelectualismo rancio y no critican a nadie por ser lo que es y quiere ser. Cada uno es libre de exteriorizar sus gustos estéticos sin molestar a los demás.
Sin embargo, en España la cosa funciona de una manera diferente. "Spain is different", ya lo anunció un ministro de turismo franquista. Y cási 40 años después, seguimos haciendo gala del vive sin dejar vivir a los demás. Ahora tenemos montada la guerra de las banderas.
Los unos tildan de franquista y facha a cualquiera que muestre la insignia nacional. Generalmente, son los mismos que enarbolan la insignia de la segunda república y aplauden la libertad de expresión de los banderilleros regionalistas con ikurriñas en ristre. Los otros, tildan de antiespañol a cualquiera de los que no queremos engalanar de rojo y gualda nuestros balcones.
Los unos tildan de franquista y facha a cualquiera que muestre la insignia nacional. Generalmente, son los mismos que enarbolan la insignia de la segunda república y aplauden la libertad de expresión de los banderilleros regionalistas con ikurriñas en ristre. Los otros, tildan de antiespañol a cualquiera de los que no queremos engalanar de rojo y gualda nuestros balcones.
Menuda imbecilidad, con perdón para los imbéciles de buena fe. Al que le gusten las banderas, que las ponga, y al que no, pues que haga lo que le venga en gana. Pero esa manía que tienen los simples de mente de manipularnos, etiquetarnos y clasificarnos en grupos de "becerros adoradores de un congénere dorado" es nauseabunda.
Soy español, no soy franquista y me dan asco los totalitarismos. No tengo problemas con mi bandera pero no forro el coche de pegatinas con el toro de Osborne o burros catalanes (mucho más simpáticos, por cierto). Me molesta la ostentación de españolidad y, más aún, de los regionalismos periféricos.
Soy español, no soy franquista y me dan asco los totalitarismos. No tengo problemas con mi bandera pero no forro el coche de pegatinas con el toro de Osborne o burros catalanes (mucho más simpáticos, por cierto). Me molesta la ostentación de españolidad y, más aún, de los regionalismos periféricos.
Comulgo con los que piensan que el futuro de la humanidad no pasa por diferenciar a unos de otros por su lugar de nacimiento, cinco centímetros aquí o allá, sino por asumir los verdaderos problemas como algo común. Sentir lo ajeno como propio, empatizar con el que sufre y no trazar fronteras emocionales virtuales. Es complicado, soy consciente de ello, pero fomentar el odio, el chovinismo, el provincianismo (entendido como exaltación de lo local frente a lo universal) y el pensamiento único van en el sentido equivocado.
Hoy no colgaré una bandera de mi balcón, fundamentalmente porque jamás he sentido la necesidad de hacerlo. Pero eso no me hace menos español, querer menos a esta tierra y estar más que a gusto de haber regresado a casa después de un largo periplo por el extranjero. Porque en España, ante todo, me siento en casa.
Disfruten de un estupendo día festivo y hagan lo que más les apetezca, ¡que para eso está!
el pobrecito hablador
Hoy no colgaré una bandera de mi balcón, fundamentalmente porque jamás he sentido la necesidad de hacerlo. Pero eso no me hace menos español, querer menos a esta tierra y estar más que a gusto de haber regresado a casa después de un largo periplo por el extranjero. Porque en España, ante todo, me siento en casa.
Disfruten de un estupendo día festivo y hagan lo que más les apetezca, ¡que para eso está!
el pobrecito hablador
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