Trabajo para un organismo público. No revelaré el nombre para que no se me acuse de empleado desleal. Desde hace años venimos teniendo deficiencias en el comedor, pero la mayoría seguimos la política del “ojos que no ven, estómagos que no se resienten”. Sin embargo, hará cosa de un año, alguien con capacidad de molestar encontró un animalito queratinoso en su sopa. Dicen las malas lenguas que el hallazgo no fue fortuito, y uno que es perro viejo y recela hasta de su propia sombra, cree que pueden llevar razón. El hecho es que aquel encuentro entre especies causó revuelo y obligó a cerrar el comedor por un periodo suficientemente largo para que el veneno espolvoreado sesgase la vida de miles de comensales no deseados.
Ese fue el parche, y el remedio, una remodelación integral del comedor que tendría que esperar a que el centro tuviese dinero. A aquellos que tanto critican a los sirvientes de la función pública, les animaría a que se pasasen por cualquier centro de la administración española y analizase las condiciones de trabajo. ¿Han visto ustedes ratas “de cuatro patas” merodeando por la cafetería de su empresa?
Parece que el momento de la remodelación ha llegado, y al comienzo de las vacaciones de navidad se cerrará el comedor por un periodo de seis a nueve meses. La decisión de la dirección ha sido otorgarnos a todos la jornada intensiva hasta la reapertura. Conozco bien a los responsables y sé que no lo han hecho para fomentar la vagancia. La mayoría de ellos pasan el sábado y el domingo trabajando en el despacho. Intuyo que las razones son evitar un conflicto con los sindicatos, que saltan a la mínima cuando de pérdida de derechos se trata, pero cierran la boca cuando se denuncia la baja productividad de algunos. Por ello, la medida de mandar a todos a casa a las dos y media de la tarde ha sido aplaudida por los “defensores de los trabajadores”. ¡Y que viva la Pepa!
El problema lo tenemos los que no nos vamos a marchar porque no podemos dejar colgados los proyectos que llevamos adelante. Se lo aseguro, si mi jornada laboral fuese de 8:00 a 14:30, no podría hacer ni la mitad de lo que hago entre las 9:30 y las 20:00 horas que delimitan mi horario laboral. Y eso cuando me voy pronto a casa. En la función pública pagan poco y mal, y complementan nuestro sueldo con un servicio de comedor a bajo coste. Es la manera tercermundista de ahorrarse un dinerito, porque preferiría cobrar un sueldo digno y poder ejercer la libertad de ir a comer dónde me placiese.
Pues bien, si me quitan el comedor, tengo dos opciones. Acudir a un servicio alternativo de catering a partir de las 15:00 horas (antes no sería posible porque violaría la normativa de la jornada intensiva) o salir a comer a la calle. La primera opción me costaría dos euros más de lo que pago habitualmente, y comer en un bar, media hora de idas y venidas y 5 euros más.
No soy tacaño, pero como casi todo hijo de vecino, tengo una hipoteca que pagar. Cuarenta euros menos al mes son algo que no puedo permitirme, y la alternativa de trabajar menos tampoco.
Obviamente, acabaré optando por lo segundo, porque llevo mucho tiempo pegándome como para dejarlo caer todo por un maldito comedor. Además, hay personas con las cuales he contraído una responsabilidad personal, y también les debo algo a todos ustedes, pagadores de mi sueldo y que exigen recibir un servicio decente a cambio.
Soy consciente de que la mayoría de los ciudadanos piensan que aún así, a los funcionarios se nos paga demasiado por lo que hacemos. No les critico del todo; yo mismo he sentido las ganas de emplear algo más que un rapapolvo contra el prototipo de inútil que debe tenerlas desgastadas de tanto rascárselas. Sin embargo, no todo es como lo pintan, y creo poder afirmar sin equivocarme que somos una mayoría los que nos dejamos las pestañas para que el sistema funcione.
Espero que comprendan mi cabreo. No sólo por el dinero, que ya vale, sino por la sistemática desatención ante la que nos enfrentamos, ustedes de un lado y yo de ambos.
El pobrecito hablador.
Ese fue el parche, y el remedio, una remodelación integral del comedor que tendría que esperar a que el centro tuviese dinero. A aquellos que tanto critican a los sirvientes de la función pública, les animaría a que se pasasen por cualquier centro de la administración española y analizase las condiciones de trabajo. ¿Han visto ustedes ratas “de cuatro patas” merodeando por la cafetería de su empresa?
Parece que el momento de la remodelación ha llegado, y al comienzo de las vacaciones de navidad se cerrará el comedor por un periodo de seis a nueve meses. La decisión de la dirección ha sido otorgarnos a todos la jornada intensiva hasta la reapertura. Conozco bien a los responsables y sé que no lo han hecho para fomentar la vagancia. La mayoría de ellos pasan el sábado y el domingo trabajando en el despacho. Intuyo que las razones son evitar un conflicto con los sindicatos, que saltan a la mínima cuando de pérdida de derechos se trata, pero cierran la boca cuando se denuncia la baja productividad de algunos. Por ello, la medida de mandar a todos a casa a las dos y media de la tarde ha sido aplaudida por los “defensores de los trabajadores”. ¡Y que viva la Pepa!
El problema lo tenemos los que no nos vamos a marchar porque no podemos dejar colgados los proyectos que llevamos adelante. Se lo aseguro, si mi jornada laboral fuese de 8:00 a 14:30, no podría hacer ni la mitad de lo que hago entre las 9:30 y las 20:00 horas que delimitan mi horario laboral. Y eso cuando me voy pronto a casa. En la función pública pagan poco y mal, y complementan nuestro sueldo con un servicio de comedor a bajo coste. Es la manera tercermundista de ahorrarse un dinerito, porque preferiría cobrar un sueldo digno y poder ejercer la libertad de ir a comer dónde me placiese.
Pues bien, si me quitan el comedor, tengo dos opciones. Acudir a un servicio alternativo de catering a partir de las 15:00 horas (antes no sería posible porque violaría la normativa de la jornada intensiva) o salir a comer a la calle. La primera opción me costaría dos euros más de lo que pago habitualmente, y comer en un bar, media hora de idas y venidas y 5 euros más.
No soy tacaño, pero como casi todo hijo de vecino, tengo una hipoteca que pagar. Cuarenta euros menos al mes son algo que no puedo permitirme, y la alternativa de trabajar menos tampoco.
Obviamente, acabaré optando por lo segundo, porque llevo mucho tiempo pegándome como para dejarlo caer todo por un maldito comedor. Además, hay personas con las cuales he contraído una responsabilidad personal, y también les debo algo a todos ustedes, pagadores de mi sueldo y que exigen recibir un servicio decente a cambio.
Soy consciente de que la mayoría de los ciudadanos piensan que aún así, a los funcionarios se nos paga demasiado por lo que hacemos. No les critico del todo; yo mismo he sentido las ganas de emplear algo más que un rapapolvo contra el prototipo de inútil que debe tenerlas desgastadas de tanto rascárselas. Sin embargo, no todo es como lo pintan, y creo poder afirmar sin equivocarme que somos una mayoría los que nos dejamos las pestañas para que el sistema funcione.
Espero que comprendan mi cabreo. No sólo por el dinero, que ya vale, sino por la sistemática desatención ante la que nos enfrentamos, ustedes de un lado y yo de ambos.
El pobrecito hablador.
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