La revolución industrial conllevó la explotación de millones de trabajadores en el mundo. Sus condiciones laborales mejoraron enormemente tras la creación de sindicatos. Les debemos mucho a aquellos líderes de antaño.
Sin embargo, la situación actual en España es muy bien distinta.
- Los sindicatos se financian a través de los presupuestos generales del estado, lo que establece una peligrosísima connivencia con el poder. Su finaciación se ha visto incrementada recientemente, y es lícito preguntarse si la "calma y el silencio" que mantienen UGT y CCOO tiene algo que ver con este dato. Teniendo en cuenta que ya hemos llegado a los 4 millones de parados (a fecha de hoy, 26 de agosto de 2009), no cabe en mi cabeza que no hayan montado ni una sola huelga general.
- El número de liberados sindicales es escandaloso. Bajo el pretexto de que los liberados trabajan para mejorar las condiciones laborales del resto de trabajadores, se encuentra una cuadrilla de privilegiados que cobran por hacer bien poco o nada. RTVE, por ejemplo, cuenta con más de 300 liberados y la sanidad pública madrileña con más de 900. Si la cifra ya es exagerada en tiempos de bonanza, imaginense lo que suponen tantos salarios improductivos en plena crisis.
- Los sindicatos practican un nepotismo escandaloso. En mi propio centro de trabajo, hay casos probados de enchufismo familiar y favoritismo. Basta con tener un pariente en UGT o CCOO para que el CV presentado a un puesto de trabajo destaque sobre los de otros candidatos con más méritos profesionales. Otro hecho escandaloso es que para subir por el escalafón sea "muy conveniente" estar afiliado a UGT o CCOO. Ya sé que debería formular esta denuncia en unos tribunales, pero de poco o nada serviría, porque ellos tienen unos abogados laboralistas que se las saben todas y yo un sueldo más bien escaso. Me crucificarían en menos que canta un gallo. Es el estado el que debería hacer las inspecciones correspondientes e identificar el fraude, pero en este país los inspectores brillan por su ausencia.
- Los sindicalistas mantienen un discurso decimonónico y caduco. En la mayoría de las empresas la situación no puede catalogarse de patronos y jornaleros, y la clase trabajadora se ha aburguesado sustancialmente. Curiosamente, en los sectores que todavía perdura una cierta explotación, los sindicatos apenas meten baza. No he visto a muchos sindicalistas pasearse por los invernaderos de Almería o los talleres textiles ilegales.
- Los sindicatos niegan la máxima de nuestra economía: el empleo lo generan los empresarios, y sin estos nuestra economía se iría a pique. Es por ello que cualquier solución de una crisis económica deberá pasar inexorablemente por reconocer la necesidad de que personas con dinero quieran arriesgarlo en la creación de empresas. No todo rico es un malnacido explotador. Muchos de ellos lo han logrado gracias a su inteligencia, esfuerzo y constancia, y tales actitudes deben recibir un premio. ¿Acaso no tiene derecho a ganar más dinero aquél que trabaja más y mejor? ¿Si todos cobráramos lo mismo, qué incentivaría a los más productivos a destacarse de los vagos?
- Los sindicatos no luchan todo lo que debieran contra el fraude. Cualquiera que haya vivido en un pueblo de Andalucía sabe lo escandaloso que es el PER y las consecuencias políticas que tiene. Queremos que España se convierta en un país de subsidiados o preferimos una economía competitiva que destierre al vago y prime al trabajador?
Estoy convencido de que necesitamos defender los derechos de los trabajadores, al igual que establecer unos mecanismos de control sobre sus obligaciones. Pero el modelo sindical actual no parece el camino más eficiente para ello. Los sindicatos modernos están sobredimensionados y sometidos al poder en exceso. Más que defender los derechos de los trabajadores, apuestan por el mantenimiento de unos dogmas económicos que no se corresponden con la realidad. Sus integrantes forman una casta intocable que lejos de ayudar, se ha convertido en rémora del sistema económico. Es necesaria una profunda remodelación del sindicalismo que, en vez de ser causa o partícipe de los problemas laborales, actúe sobre ellos sin obstaculizar la aplicación de soluciones. De lo contrario, acabaremos de bruces en una sociedad en la que unos pocos trabajadores "donaremos" la mitad de nuestro sueldo a una inmensa mayoría de subsidiados y asalariados públicos. Dichos experimentos sociales ya se han realizado en el pasado y han dado lugar a sistemas totalitarios con economías desastrosas.
Un saludo y buenos días,
el pobrecito hablador
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