Llevaba algunos meses sin escribir en mi bitácora. Una ausencia motivada por varias causas que se pueden resumir en una: hartazgo por la imbecilidad sin fin del ser humano.
Me plantee abrir este portal como foro de denuncia, pero son tantas y tantas las que deben hacerse que no me ha resultado posible seguir el ritmo. En mi país, veo como neofascistas disfrazados de moderados reavivan el mito del "white power" con otras etiquetas: ahora asisto a la supremacía de la raza vasca o al identitarismo provinciano catalán. Es de imbéciles. Mientras aquí seguimos mirándonos el ombligo y debatiendo sobre la génesis de la gallina y el huevo, los nubarrones se vuelven tormenta. Cada vez tenemos menos capacidad de colaboración y de trabajo en equipo, cualidades indispensables a la hora de enfrentarse a los grandes problemas que se nos avecinan.
Me plantee abrir este portal como foro de denuncia, pero son tantas y tantas las que deben hacerse que no me ha resultado posible seguir el ritmo. En mi país, veo como neofascistas disfrazados de moderados reavivan el mito del "white power" con otras etiquetas: ahora asisto a la supremacía de la raza vasca o al identitarismo provinciano catalán. Es de imbéciles. Mientras aquí seguimos mirándonos el ombligo y debatiendo sobre la génesis de la gallina y el huevo, los nubarrones se vuelven tormenta. Cada vez tenemos menos capacidad de colaboración y de trabajo en equipo, cualidades indispensables a la hora de enfrentarse a los grandes problemas que se nos avecinan.
Desde otro frente bien distinto pero más grave aún, las cosas tampoco pintan mejor. En Europa todos parecen tener claro que la crisis ha venido para quedarse, y que resulta imprescindible hacer bien los deberes. Un ejemplo: nuestros vecinos europeos están propiciando un cambio de modelo energético sustentado en el ahorro, las energías renovables y la energía nuclear. Hasta los italianos, Berlusconi mediante, parecen haberse caído del guindo.
¿Lo hemos entendido todos? Pues no, todos no. Todavía existe una aldea de irreductibles iberos que se creen más listos que nadie y que, como la historia demuestra, tienen una capacidad de tecnológica y una forma de resolver sus problemas muy eficaz.
Y seguimos por orden de importancia: el sufrimiento humano. Las diferencias entre ricos y pobres siguen como estaban. Resulta casi obsceno que se inviertan millones de euros (o dólares) en armamento mientras un tercio de la población mundial vive en condiciones que no le desearíamos ni a nuestro peor enemigo. Hay que tener mucha fe para esperar que desde los desalmados consejos de administración de las multinacionales o los despachos de la mayoría de nuestros políticos surja algún cambio.
Ante semejante situación se impone la desobediencia civil, pero a la mayoría no parece preocuparle lo suficiente como para levantarse del sofá. Basta con apretar el botón del mando a distancia y cambiar de cadena. Operación voceras anestesiará rauda y presta a nuestros inquietados intelectos.
Y dicho ésto, vuelvo a mi silencio tan de sopetón como salí de él. Hasta pronto y les deseo que, además de disfrutar de los buenos momentos, dediquen un poco de su tiempo a enmendar algunos de los grandes o pequeños problemas a los que se enfrentan los más desfavorecidos.
El pobrecio hablador
¿Lo hemos entendido todos? Pues no, todos no. Todavía existe una aldea de irreductibles iberos que se creen más listos que nadie y que, como la historia demuestra, tienen una capacidad de tecnológica y una forma de resolver sus problemas muy eficaz.
Y seguimos por orden de importancia: el sufrimiento humano. Las diferencias entre ricos y pobres siguen como estaban. Resulta casi obsceno que se inviertan millones de euros (o dólares) en armamento mientras un tercio de la población mundial vive en condiciones que no le desearíamos ni a nuestro peor enemigo. Hay que tener mucha fe para esperar que desde los desalmados consejos de administración de las multinacionales o los despachos de la mayoría de nuestros políticos surja algún cambio.
Ante semejante situación se impone la desobediencia civil, pero a la mayoría no parece preocuparle lo suficiente como para levantarse del sofá. Basta con apretar el botón del mando a distancia y cambiar de cadena. Operación voceras anestesiará rauda y presta a nuestros inquietados intelectos.
Y dicho ésto, vuelvo a mi silencio tan de sopetón como salí de él. Hasta pronto y les deseo que, además de disfrutar de los buenos momentos, dediquen un poco de su tiempo a enmendar algunos de los grandes o pequeños problemas a los que se enfrentan los más desfavorecidos.
El pobrecio hablador
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