Es fácil caer en los tópicos ante el anuncio por parte de Ibarretxe de la organización de una consulta en el País Vasco. A unos ya los tenemos graznando desde sus púlpitos en el parlamento. ¡Herejía, herejía! A los otros, por el contrario, no les queda más remedio que hacer de tripas corazón, seguir dialogando con "buen talante" y fingir firmeza para no perder demasiados votos durante las próximas elecciones. Eso es, a fin de cuentas, lo que más les parece importar a los que maman de la teta del estado y se suben anualmente el sueldo por encima del IPC.
En medio de esta maraña informativa, de esta partida de póquer en la que somos meros testigos, muchos nos preguntamos dónde está la verdad. No existe una respuesta obvia, porque si la hubiere, la discusión se tornaría más simple. Pero tampoco es imposible, contrariamente a lo que muchos nos quieren hacer creer, encontrar algunos puntos de apoyo sobre los que alzar la palanca de la razón.
Existe una voluntad por todas las partes de tensar una cuerda que hace tiempo andaba comba. A río revuelto, ganancia de pescadores, y parece haber salmones, truchas y cangrejos para todo quisqui. Nos sugieren que lo fundamental es quién la tensó primero, ¿la gallina o el huevo?, y con ese lema nos arrastran una y otra vez a las elecciones, echando las redes en sus caladeros de votos. Nos enfrentan a un nudo gordiano intelectual que no está a la altura ni de una oxidada faca.
Tengo memoria, y la historia es relativamente reciente. A uno se le ocurrió aporrear el avispero con una política exterior más digna de "El Jabato" que de una mente fría y calculadora. Quiso pasar a la historia, y la historia pasó por encima de él. El otro, un recién llegado, se creyó Arturo con Excalibur. Pero sin Tizona y con dudoso buen talante, se ha revelado como un elegido de limitado bagaje intelectual e injustificables justificaciones.
Es preocupante que los cargos democráticamente electos se consideren por encima de la democracia, y lo que es peor, por encima de la ley. Es conveniente dialogar, incluso muy necesario, sobre cuestiones al mismísimo borde de la legalidad: ¿Qué hacer con un violador que ha cumplido su condena? ¿Soltarlo? ¿Meterlo en la cárcel si cargo alguno? ¿Ponerle una pulsera de seguimiento violando su derecho a la intimidad? ¿Cómo incentivar a unos pistoleros para que dejen de matar? ¿Mediante privilegios penitenciarios? ¿Ofreciéndoles una vida como ciudadanos integrados? ¿Un sueldo? ¿Cómo satisfacer las necesidades espirituales y emocionales de colectivos que se sienten nación?
Éstos y muchos otros son temas que deben ser abordados con suma delicadeza, cautela, discreción y exquisitez, pero siempre dentro del esquema legal vigente. Porque si la ley no permite alguna acción, una de dos: o se cambia la ley o la acción no se puede llevar a cabo. Así de simple es el sustento de nuestro estado de derecho.
Sencillo, claro y meridiano, ¿verdad? Y sin embargo no se respeta. A uno se le ocurrió pasarse por el anverso de los testículos la legalidad internacional y participar en una invasión de consecuencias catastróficas. A otro, algo más tibio pero no menos decidido en su singular empeño, se le ha ocurrido suspender la legalidad a conveniencia para resolver el problema del terrorismo. Hoy no proceso a fulanito y se va de rositas porque estamos dialogando; mañana le acuso porque ya no me habla. Cada vez que aparece por la tele el fiscal general del estado me enredo con los hilos que lo mueven. Ni los platillos volantes de las películas de serie Z, oigan. A su lado, esos volaban invisiblemente por el espacio sideral.
Las leyes se cambian desde dentro del sistema, y si algunos deciden no respetar la reglas, deben atenerse a las consecuencias. Nuestro sistema democrático garantiza la convivencia a un precio: que las reglas existan para todos. Por mí, que dialoguen todo lo que quieran y que lleguen a consensos. Si realmente se logran, serán bienvenidos, pues en eso consiste el noble arte de la política. Se cambiarán las leyes y hasta otra, Lucas. Pero hasta la propia política debe ser controlada, y mediante una confusión conceptual (intencionada) nos quieren engañar como tontos. Lo que vale para ti no se aplica a mí, que soy un cargo electo.
Pondré un ejemplo reciente y anecdótico: si quemar una foto de Su Majestad el Rey es delito, procésese al acusado. Pero si la ley tiene consecuencias más graves para la sociedad que el delito mismo, entonces deróguese la ley y punto. Lo que no puede suceder es que existiendo ley, ésta se active a voluntad del político de turno.
Sencillo, claro y meridiano: los políticos se han salido del esquema pactado, a sentirse ajenos a la ley y, en cierta medida, dueños de la misma. Y eso, señores míos, ya no es una democracia. Deben volver al redil, voluntariamente o a través de la aplicación de la ley.
En medio de esta maraña informativa, de esta partida de póquer en la que somos meros testigos, muchos nos preguntamos dónde está la verdad. No existe una respuesta obvia, porque si la hubiere, la discusión se tornaría más simple. Pero tampoco es imposible, contrariamente a lo que muchos nos quieren hacer creer, encontrar algunos puntos de apoyo sobre los que alzar la palanca de la razón.
Existe una voluntad por todas las partes de tensar una cuerda que hace tiempo andaba comba. A río revuelto, ganancia de pescadores, y parece haber salmones, truchas y cangrejos para todo quisqui. Nos sugieren que lo fundamental es quién la tensó primero, ¿la gallina o el huevo?, y con ese lema nos arrastran una y otra vez a las elecciones, echando las redes en sus caladeros de votos. Nos enfrentan a un nudo gordiano intelectual que no está a la altura ni de una oxidada faca.
Tengo memoria, y la historia es relativamente reciente. A uno se le ocurrió aporrear el avispero con una política exterior más digna de "El Jabato" que de una mente fría y calculadora. Quiso pasar a la historia, y la historia pasó por encima de él. El otro, un recién llegado, se creyó Arturo con Excalibur. Pero sin Tizona y con dudoso buen talante, se ha revelado como un elegido de limitado bagaje intelectual e injustificables justificaciones.
Es preocupante que los cargos democráticamente electos se consideren por encima de la democracia, y lo que es peor, por encima de la ley. Es conveniente dialogar, incluso muy necesario, sobre cuestiones al mismísimo borde de la legalidad: ¿Qué hacer con un violador que ha cumplido su condena? ¿Soltarlo? ¿Meterlo en la cárcel si cargo alguno? ¿Ponerle una pulsera de seguimiento violando su derecho a la intimidad? ¿Cómo incentivar a unos pistoleros para que dejen de matar? ¿Mediante privilegios penitenciarios? ¿Ofreciéndoles una vida como ciudadanos integrados? ¿Un sueldo? ¿Cómo satisfacer las necesidades espirituales y emocionales de colectivos que se sienten nación?
Éstos y muchos otros son temas que deben ser abordados con suma delicadeza, cautela, discreción y exquisitez, pero siempre dentro del esquema legal vigente. Porque si la ley no permite alguna acción, una de dos: o se cambia la ley o la acción no se puede llevar a cabo. Así de simple es el sustento de nuestro estado de derecho.
Sencillo, claro y meridiano, ¿verdad? Y sin embargo no se respeta. A uno se le ocurrió pasarse por el anverso de los testículos la legalidad internacional y participar en una invasión de consecuencias catastróficas. A otro, algo más tibio pero no menos decidido en su singular empeño, se le ha ocurrido suspender la legalidad a conveniencia para resolver el problema del terrorismo. Hoy no proceso a fulanito y se va de rositas porque estamos dialogando; mañana le acuso porque ya no me habla. Cada vez que aparece por la tele el fiscal general del estado me enredo con los hilos que lo mueven. Ni los platillos volantes de las películas de serie Z, oigan. A su lado, esos volaban invisiblemente por el espacio sideral.
Las leyes se cambian desde dentro del sistema, y si algunos deciden no respetar la reglas, deben atenerse a las consecuencias. Nuestro sistema democrático garantiza la convivencia a un precio: que las reglas existan para todos. Por mí, que dialoguen todo lo que quieran y que lleguen a consensos. Si realmente se logran, serán bienvenidos, pues en eso consiste el noble arte de la política. Se cambiarán las leyes y hasta otra, Lucas. Pero hasta la propia política debe ser controlada, y mediante una confusión conceptual (intencionada) nos quieren engañar como tontos. Lo que vale para ti no se aplica a mí, que soy un cargo electo.
Pondré un ejemplo reciente y anecdótico: si quemar una foto de Su Majestad el Rey es delito, procésese al acusado. Pero si la ley tiene consecuencias más graves para la sociedad que el delito mismo, entonces deróguese la ley y punto. Lo que no puede suceder es que existiendo ley, ésta se active a voluntad del político de turno.
Sencillo, claro y meridiano: los políticos se han salido del esquema pactado, a sentirse ajenos a la ley y, en cierta medida, dueños de la misma. Y eso, señores míos, ya no es una democracia. Deben volver al redil, voluntariamente o a través de la aplicación de la ley.